Contra las ONG o el miedo es el mensaje

Aprendidos los elementos de la noticia de memoria: actualidad, proximidad, prominencia, generalidad, suspense, interés humano, consecuencia y oportunidad. Las cuatro primeras premisas están claras, pero las cuatro últimas nos indican, entre otras cosas, que el periodista ha de dar la verdad jugando con la atención. Delicado equilibrio. Poner un pie en el sensacionalismo y acabar manchado hasta la barbilla depende únicamente de la selección de las palabras y, de la intención, si se trata de añadirle un poco de vendible dramatismo o polémica moralina, sobre todo si hablamos de temas de sociedad (desastres naturales, maltrato, asesinatos, estafas). “Sociedad” es, precisamente, una de las secciones del periódico que más adoctrinan desde la inercia o desde la simple reproducción (sin cuestionamiento) de los valores conservadores de una sociedad concreta y, a la vez, contribuyen a sembrar el principal ingrediente con el que está aderezado cualquier buen informativo: el miedo.
Lo dijo hace bastante tiempo G. Gerbner en la Teoría del Cultivo. Este húngaro nacionalizado estadounidense afirma que la televisión «cultiva» unos valores en la sociedad que la visualiza y que su consumo continuado y excluyente favorece el desarrollo de las actitudes violentas y antisociales y de una visión pesimista y paranoica del mundo (el ‘mean world syndrome’). El espectador intensivo tiende a construir la percepción de la realidad a través de lo que le dicen la televisión y esa percepción es, según los estudios de Gerbner, más pesimista que la se forman quienes tienen fuentes complementarias de información». O de quienes simplemente salen a la calle y ven que el mundo no es tan violento y peligroso como cuando nos enfrentamos a un noticiero, añado. (Fuente: Infoamérica).
Uno de los asuntos o de los ítems incluidos en la agenda setting de la sección de sociedad (a veces cajón de sastre donde entra todo lo que no se incluye en otro apartado), es el relacionado con las ONG. Al contrario de lo que sucede normalmente con los imputados en un juicio, cuya presunción de inocencia, aunque por ley se deba respetar, acaba siendo manipulada a gusto de los medios, las ONG nunca verán su función puesta en entredicho y siempre se da por hecho que su labor es loable y digna de respeto. La primera vez que abrí la boca en primero de periodismo fue para intentar hacer una crítica a las ONG, cuando la profesora y el resto de los alumnos no racionalizaban la labor de estas y estaban dando por hecho, sin un mínimo de pensamiento crítico, su buena voluntad y labor imprescindible. Mi intervención fue un fracaso. Precisamente porque suponer que las ONG son buenas por naturaleza es igual de erróneo que presuponer que todos los médicos son santos, me parece necesario que alguien se atreva (por fin) a meterse con ellas o al menos preguntarse sobre su viabilidad.
Esta crítica la he encontrado en Contra la postmodernidad, el mini-ensayo filosófico-político-literario de Ernesto Castro (Madrid, 1990). Ayudar a los pobres de los países de África: hacer que sobrevivan y sigan viviendo en su miseria y que el ciclo de su pobreza nunca se acabe. Reproducir la miseria. Alargar la miseria. Hacer que la miseria agonice.
¿Qué es lo correcto, entonces? ¿Lo correcto sería dejar que se mueran? No. Eso sería lógico si viviéramos en un mundo que aceptara la selección natural como método para hacer más válidos a unos sobre otros (para nada valdría entonces las políticas de inclusión social o accesibilidad para discapacitados, por ejemplo, que en teoría son individuos más débiles y que tendrían todas las de perder en una batalla “natural”). A un nivel ético resulta inaceptable que la solución a las desigualdades del mundo se resuelve dejando que la selección natural haga su trabajo. Pero es que tampoco a un nivel económico capitalista resulta viable: si los pobres se mueren, los países ricos no sobreviven. Occidente necesita que esos países estén eternamente agonizando, porque de esa manera pueden aprovecharse de ellos.
Mientras estén agonizando, la gran maquinaria neoliberal sigue funcionando casi a la perfección. El nivel de vida (ahora mismo en pleno replanteamiento) de los países desarrollados (o países con niveles mejores de desarrollo, para ser más exactos) se sustenta en el desequilibrio mundial o en el reparto desigual de los recursos naturales.
Viajé de Madrid a Granada en un autobús que tardó cinco horas y me pasé la mitad del trayecto hablando con mi compañera de asiento. Su aspecto hizo que, después de responder a las típicas preguntas del porqué de mi viaje y de a qué me dedico, le preguntara abiertamente si pertenecía a alguna ONG. Sí. Había estado un año en la selva con los indígenas de Panamá y ahora iba a Granada, donde estaba desarrollando, en un grupo de trabajo, un programa de ayuda a los chavales gitanos. El libro de Castro lo leí entre ese trayecto y el del día siguiente a Baeza y precisamente tenía a una persona delante de la que podía hablar sobre el tema. Pero perdí la oportunidad de preguntarle por sus razones (no personales, sino generales), sobre el sentido de trabajar o de montar una ONG. Sobre cuál es la filosofía o la política de una ONG que ayude a gente a no morir en los países más pobres. Esta última pregunta surgió cuando me contaba emocionada cómo una amiga suya que había vivido muchos años en el Congo había salvado a una madre con su bebé, sin apenas medios ni ayuda médica. Se me planteó rápidamente una duda ética entre salvarle la vida a un individuo concreto y saber que ese gesto no es más que una tirita de plástico en una herida que afecta al 40% de la población mundial. Que salvando a ese niño lo estaba condenando de antemano a una vida mísera y carente de toda igualdad. Conociéndola durante un par de horas me imaginé que me contestaría que le mueve la compasión. O el amor por los demás. Que la conservación de la vida, aunque sea a duras penas, es más importante que cambiar el orden mundial.
Lo que sí me atreví a contarle es que desconfiaba de entrada de la buena voluntad de esas organizaciones y que me parecían de todo menos «no gubernamentales», porque se sustentan tanto económicamente (a través de subvenciones) como moralmente (a través de los valores capitalistas) a través de un gobierno neoliberal. Que no entendía cómo era posible que una ONG enorme consiguiera muchísimos menos resultados que un solo hombre (el caso de Vicente Ferrer me vino a la cabeza) en un país entero.
Las ONG no buscan realidad a través de sus anuncios televisivos: caen (no digo que intencionadamente) en el sensacionalismo y la representación más absoluta (en contraposición a verdad) al mostrar un anuncio sobre la pobreza en equis país. No buscan la verdad. La pobreza televisada es un espectáculo, no una realidad. Y lo único que consiguen de nosotros es anestesiarnos: meternos más en nuestro sistema, no tener en cuenta la realidad que existe más allá de nuestras fronteras. La representación no es la realidad. La representación es ficción. Es mentira.
Nos contaba un profesor de televisión en la carera de Periodismo que en una noticia, reportaje o similar era mejor poner a un solo niño famélico que poner a 2 o a 100. Esto ocurría a pesar de que el drama de 100 sea mayor que el de uno porque el ser humano se identifica de uno a uno, y el segundo niño que veamos muerto de hambre nos va a importar muy poquito. Así funciona nuestra cabeza egoísta y así es en realidad el proceso de la representación.
No sé cuál es la conclusión de este artículo. Quizá que está mucho mejor vivir en un mundo donde se piense que todos tienen buenas intenciones y son dignos de admiración, más cuando precisamente su propio estatus social impide que se perciban de otro modo. De esta manera se duerme con la conciencia tranquila. Pero en realidad las bienintencionadas ONG buscan unas soluciones inmediatas que no solo no ayudan, sino que imposibilitan, debido a la ética y buena voluntad que desprenden, un cambio de política mundial que de verdad destruya el desequilibrio y consiga que todos los habitantes del planeta podamos vivir dignamente.
Fuente original / Original Source: Retales de tormenta

Acerca de Sara R. Gallardo

Periodista, escritora e investigadora. He publicado dos poemarios en España. También he sido docente en la Universidad Carlos III de Madrid los últimos cuatro años.

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